domingo, 19 de junio de 2016

DÍA DEL PADRE.

                                         



Mi sagrado y venerado padre, para mi ya es el mejor y el más sacrificado, abnegado padre. 
Lo recuerdo como trataba de cumplir el rol de madre cuando mi mamá estaba hospitalizada y nosotros los 5 hijos pequeños estábamos bajo su cuidado, tratándo de cocinarnos, sin saber cómo hacerlo, nos preguntaba: "cómo lo hacía la mamá?",  nos preparó un puré  accidentado, se le cayó la olla con todo su contenido, pero no se amargó, continuó intentándolo hasta conseguir alimentarnos. 
Mi padre como músico, hijo único nunca fue preparado para asumir otra clase de trabajo. 
Siempre lo vi sumiso trabajando, esforzándose por darnos la mejor educación, alimentación, vestimenta, regalos navideños, celebraciones de cumpleaños, recreación y valores éticos morales, respeto por los demás, guía espiritual más que religiosa, nos enseñó el amor a Dios como algo sagrado, por eso venero a mi padre, porque se encargó de entregarnos la esencia de las cosas más que la forma. 
Este ejercicio de reconocer y recordar a mi sagrado padre es importante,  para de alguna manera,  resaltar sus virtudes, sus cualidades que hicieron de mi mundo infantil, adolescente y joven, un lugar acogedor, protector, de armonía y la mejor herencia su entrega como padre a sus 5 hijos, a mi madre, su madre, la familia de mi madre. 
Su corazón siempre dispuesto a recibir en su humilde morada a un tío, que vivió bajo nuestro techo por muchos años dependiendo económicamente totalmente de mi padre, después dos tías y su suegra, allegadas por algunos meses. 
En el hogar de mi padre se refugiaron mis dos abuelas, materna y paterna.  También acogió a su primera nuera  y sus 5 nietos durante años, todos nacieron y se criaron en el seno paterno, la nuera y el hijo no trabajaron durante ese tiempo por estar estudiando. 
Mi padre pagó 10 años de universidad a su hijo mayor que estudiaba en Temuco, mientras nosotros viviamos en Concepión.  El sacrificio de mi sagrado padre era cada día y cada noche, trabajaba en clubes nocturnos como pianista camino a Santa Juana y desde ahí se tenía que trasladar a pie hasta Barrio Norte, eran horas de caminata, cruzando el puente viejo de San Pedro, donde fue asaltado muchas veces por criminales que lo despojaban de su ropa, de su sueldo y casi de su vida. 
Caminaba por calles oscuras como Tucapel donde también fue asaltado y quedó mal herido muchas veces. 
Trabajó hasta los 80 años sus últimos días en Chiquicamata y Calama,  ayudando económicamente a sus hijos.  
Vino a morir a Concepción donde sus restos adoloridos descansan en el cementerio número 2 de Higueras, en una tumba pobre de tierra sin una bóveda o nicho o mausoleo. Cuando mi madre murió el 2005 en Chuquicamata, él se encargó que estuviera en un digno lugar en el cementerio de Chuquicamata en un nicho como ella quería. 
Ahora los restos de mi padre están en un lugar feo, indigno para él que en vida lo dió todo. 
Hoy se cumple un año, seis meses, de la triste y eterna partida de mi maestro, mi padre un tesoro único. Entregó alegría con su música, principios humanos bondadosos con humildad,   soportó los sacrificios sin reclamar jamás. 
Me duele el alma no poder entregarle, por lo menos un lugar decente como descanso eterno, un altar a mi papito.
Comparto con orgullo ser su hija, esta historia de mi amadísimo papá. Un gran músico anónimo para Chile, pero muy conocido en los lugares donde tocó su piano. Tito Flandes, el maestro, como siempre le decían.



                                         

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