TOILETTE Y CENA




               Apenas sentados a la mesa, él se levanta como  un resorte, se dirige al baño para lavarse las manos antes de cenar. Casi al instante, sin demora, otro hombre hace lo mismo; estaba con un grupo de damas, entra por la puerta que terminaba de cerrar el acompañante de la morena curvilínea. Demora más de lo acostumbrado, se impacienta la mujer. Los minutos se alargan más de lo frecuente, la cena se enfría.... hasta que sale con un aspecto desganado, las manos aún mojadas. Le pide el abanico que ella nerviosamente agita frente a su rostro para despejar el calor reinante; a los segundos aparece el otro personaje y se dirige a su grupo familiar con la vista hacia abajo, sin mirar el rostro  de las allí presentes.  En tanto, el sujeto continúa de pie, extendiendo una mano mientras que con la otra pretende ventilar con el aleteo del flabelo,  la humedad que pareciera emanar incesantemente....después de una larga pausa se dispone a ocupar la silla que había permanecido vacía, ... al hacerlo lentamente, como tratando de asimilar el instante, casi autista...., deja sus manos quietas y ya no la mira ni lo que está en la mesa por un tiempo extrañamente deshabitado.

               Siempre sería de ese modo, con extraños, quién estuviera cerca, alguno igual que él,  con la necesidad en la crudeza de su desatada humanidad. No quería ni podía dominar ya la naturaleza que lo impulsaba desde toda su vida, desde los cuatro años, cuando conoció eso que lo hacía sentir bien, descubrió que con el pasar del tiempo sería ilusorio retroceder en algo que lo poseía cada vez con más frecuencia.

              

 
 



LA MANO DE NADIE.